Por: Luis Felipe Vélez F.
El cuestionamiento por la naturaleza del arte y la indagación de su ser, inaugurado formalmente para la filosofía del siglo XVIII con el surgimiento de la estética como rama independiente del pensamiento, dedicada a reflexionar acerca del fenómeno de lo bello; hubo de desarrollar un método propio que permitiera comprender ese conocimiento sensible presente en el sujeto, en el momento de la contemplación artística. Con tal precepto, se halla en Kant, en la Crítica de la Facultad de Juzgar, el énfasis de su método examinador del conocimiento humano, con relación al sujeto que se entrega a la observación de las cosas bellas. Kant centra su atención en las facultades que, para el caso de la experiencia estética, se encuentran relacionadas en lo que él denomina «libre juego». Su énfasis es subjetivista, el juicio del gusto, a diferencia del moral o el lógico, no concierne más que a la finalidad de la razón del sujeto y únicamente se relaciona en lo que produce agrado o desagrado.
Esta noción del libre juego de la imaginación y el entendimiento en Kant, será asumida por Gadamer en la comprensión ontológica del arte en donde también ubica el concepto de juego, pero encaminado hacia un desarrollo distinto, que engloba su significado como algo más que la experiencia particular de un sujeto que contempla.
«De entre todo lo que nos sale al encuentro en la naturaleza y la historia, esta experiencia es aquello que nos habla de un modo más inmediato y que respira una familiaridad enigmática, que prende nuestro ser, como si no hubiera ahí ninguna distancia y todo encuentro con una obra de arte significara encuentro con nosotros mismos». Hans-Georg Gadamer (p.55)
El arte en Gadamer es un modo de comprensión e interpretación, por consiguiente, no es un ámbito de irracionalidad o una cuestión subjetiva dependiente de gustos particulares o del genio, sino uno de los terrenos privilegiados de la verdad y un modo de conocimiento. En el arte opera una racionalidad distinta a la razón estratégica dominante, y por eso el arte actúa como modelo para las ciencias humanas.
«La realidad de la obra de arte y su fuerza declarativa no se dejan limitar al horizonte histórico originario en el cual el curador de la obra y el contemplador eran efectivamente simultáneos. Antes bien, parece que forma parte de la experiencia artística el que la obra de arte tenga siempre su propio presente»
En Gadamer todo el ser que comprende la realidad del arte no se agota en la descripción de la vivencia subjetiva, ésta es sólo un componente de algo mayor que se encuentra en el arte por él mismo y que es independiente de los jugadores. El juego que comporta el arte vendría a servirse de los jugadores o sujetos contemplativos, únicamente para acceder a su manifestación. Incluso, es más evidente la autonomía del arte cuando no se limita a ninguna subjetividad, en este sentido puede hablarse realmente del juego como «un ser para sí» cuando no se haya limitado la visión de los jugadores involucrados en la experiencia de estar jugando.

En cada juego hay un espíritu propio y peculiar que afecta al jugador en cuanto a su disposición anímica, pero ello no es ocasionado arbitrariamente por el juego en sí, pese a que hay infinita variedad en estos; el jugador que tiene disponibilidad de jugar elige cual será el juego del que quiere ser participe, en ello se encuentra una conexión a la hora de hablar de cómo se debe contemplar una obra de arte y de encontrar aquella en la que queremos ser jugadores. Se dan circunstancias en que muchas personas pasan, ven una obra de arte, pero pocas entran totalmente en el juego de manera seria, como diría el filosofo «el que no se toma en serio el juego es un aguafiestas. El modo de ser del juego no permite que el jugador se comporte respecto a él como respecto a un objeto»
El juego es un proceso natural en el ser humano, es su auto-manifestación y por ello resulta difícil distinguir el mismo en un plano autentico o metafórico, cuando parece que la palabra juego no designa específicamente una figura literaria sino mas bien una actividad humana. Éste término tiene en Gadamer por medio de su constante accionar, el poder de develar el fenómeno de la experiencia del arte. Según la reflexión de Martin Heidegger en El origen de la obra de arte (1950), preguntar por la obra tiene otro sentido si la observamos a partir del Ser mismo que es y en la fundación de su verdad, llena allí la tarea esencia: develar el Ser. La obra de arte es considerada en ello como el claro del ocultamiento-desocultamiento. «El claro en el que se encuentra lo ente es, en sí mismo y al mismo tiempo, encubrimiento» (p.21) cuyo lugar contiene la decisión para una esencia distinta del ser humano.
¿Qué hace al arte ser obra de arte? Qué tipo de elemento constituye su característica fundamental? Preguntar por la esencia del arte es entenderlo como un origen: un modo destacado de cómo la verdad llega al ser y se torna histórica. La reflexión filosófica es así, un trabajo de re-conexión interna que da contenido y profundidad emocional, a un discurso racional. Es, ante todo, la luz que se desprende desde el faro de un conocimiento que impulsa a ir más allá de las limitaciones de la lógica discursiva para transmitir la complejidad y verdad profunda, de las conexiones impalpables y los fenómenos ocultos de la vida.

Pero, ¿cómo esa verdad entendida como desocultamiento o aletheia puede desarrollarse? Es necesario entonces remitirse a dos conceptos que aquí se abordarán de soslayo, los cuales son tierra y mundo. Tierra es «aquello en donde el surgimiento vuelve a dar acogida a todo lo que surge como tal» (ibid), tierra es el suelo natural de donde emerge una obra, como un templo de la cultura griega que en su alzarse constituye el mundo. Mundo es la manifestación de las ideas y conceptos que una cultura ha formado, es la visión que tienen de sí los propios seres humanos que hace emerger desde lo más profundo la verdad acerca de lo relativo a un ente.
Mundo y tierra constituyen constantemente rasgos esenciales del ser-obra de la obra, es ahí donde ocurre principalmente la lucha entre: lo oculto, el velar, el develar, la tierra y lo claro; dando como resultado la verdad. Pero, ¿qué puede subyacer a esencia de la verdad? Ésta es la pregunta que permitirá entender cómo el ente que está en el ser, se deja conocer como resultado de la lucha dialéctica entre ocultamiento y desocultamiento, de todo aquello que es, pero que a la vez deja de ser. Resultado que es la manifestación de la verdad como la claridad del ente, mostrada de manera burda para el hombre. Claro que se deja ver en medio de un inmenso bosque que rodea a todo el ser de ente y que es descubrimiento, se muestra como disimulo para distraer, es negación para indagar y es abstención que muestra en parte cómo es y cómo no es.
Este juego de mostrar por partes y buscar hasta el cansancio, se configura en el mundo por medio de la obra de arte como lugar donde acontece la verdad, lugar capaz de mostrar las cosas por sí mismas, sin la imposición de estructuras a priori de un moderno conocimiento. La verdad del ser, es concebida como un desocultamiento del ente a partir de lo que como fondo permanece oculto. Hablar de ello pretende poner énfasis en el hecho de que el ente, en su manifestarse como tal, no pierde nunca su referencia a lo oculto, sino que de lo que se trata es, mas bien, de un continuo sustraerse a la ocultación.
La verdad, que se desarrolla por medio de la obra, manifiesta en uno de sus modos que es la belleza, las maneras para configurar dentro de la obra todo el ser ente de sí misma, esta belleza si se da de manera simple y sin ornamentaciones, está más cerca de mostrar la verdad tal cual como es, pues si se muestra inmersa en elementos que no le son propios del ocultamiento mismo, corre el riesgo de perder de vista el camino que guía por la indagación del pensar. La configuración de la verdad como tal es necesaria para su manifestación, es decir una disposición que sirva de base para la obra de arte pero que permanezca oculta hasta que acontezca por medio de ser obra de la obra, en la totalidad del ente que es llevado al desocultamiento y se mantiene en forma de resguardo, se mantiene como representación.
La obra se da en la tierra y el mundo, la verdad surge como resultado de esa lucha dialéctica, la verdad se manifiesta en el ser del ente y éste, a su vez, en la obra como desocultamiento de la verdad. Para que ocurra éste es necesario ocultar, para ello es menester distraer, negar, abstener, para superar todos estos escollos se debe indagar, reflexionar, escuchar el enigma antes de resolverlo, ser uno con el ente que se intenta manifestar pero necesita de la verdad para mostrarse para ser.
Referencias
Georg Gadamer, 2006. Verdad y método
Martin Heidegger, 1970. Ser y tiempo
Cali, 2022