Algunas palabras con una escritora fantasma 

Por David Martin

Conocí a Isabel* en un restaurante de la Capital, de casualidad me la presentó una amiga de un amigo que estaba ubicada en una mesa contigua, por lo que decidimos unirnos y hacer un solo espacio de comida y tertulia. Tras unos minutos de conversación, llegamos al tema de la literatura y le hice saber que algunas veces escribía para Esto No Es Crítica, y me contó que hacía lo mismo, pero en algunos blogs de cuentos, logrando un éxito moderado. Le pedí que me dijera de alguno, y en medio de risas, se negó. No porque su escritura fuera deficiente, sino porque casi siempre lo hacía de manera anónima. No le importaba si recibía un reconocimiento y quizás la llegaran a publicar, la verdad era que su labor era profesional. Le pedí que me explicara y me dijo que era una escritora fantasma, que exponerse era abrirle la puerta a su intimidad. Gracias a una sobremesa de vino, logré concretar una cita con ella para que me contara un poco más de su labor, y con su particular risa, intercambiamos números de teléfono y quedamos de vernos unas semanas después.

Isabel vive en una casa de un céntrico barrio de Bogotá y es dueña de lo que podemos llamar una pensión, donde oficia como casera. Su abuela le heredó la casa, por lo que sus ingresos mensuales dependen de los pagos de sus inquilinos, en su mayoría personas solas, parejas que recién comienzan su vida marital o adultos mayores. Lo único que no admite son ruidos excesivos, disputas, daños a los apartamentos o reuniones sin su consentimiento, lo que hace del lugar, un ambiente muy tranquilo.

Ella habita en el primer piso, tiene una gran sala que hace las veces de biblioteca y de estudio, un jardín interior con hermosas flores, que le sirve también como huerta e inspiración. Recibe muy pocas visitas, me confiesa que tiene las amistades contadas y que saben a que se dedica, pero no le preguntan lo que ha hecho o está haciendo, es una regla de oro. Temo que mi visita para hablar sobre el tema rompa sus reglas, pero sabe irse por las ramas, así que trato de ser precavido con lo que debo preguntar. Esa tarde me recibió y me preparó un té, nos sentamos, prendió un cigarrillo y comenzamos a charlar.

     “No vivo de la escritura, pero me ayuda con algunos caprichos. Me ayuda a distraerme, a expresar lo que siento. Empecé escribiendo poesía en el colegio, colaboraba en el periódico escolar y sobresalía en la clase de español. Siempre participaba en las izadas de bandera. Cuando ingresé a la universidad, pensé que era lo mismo. Estaba equivocada, así como la carrera que escogí. Lo único que no sé de esta casa, es dónde está mi diploma. No me ha servido de mucho”.

     “Escribía historias que pegaba en las carteleras informativas de la facultad y andaba con los grupitos de intelectualoides para compartir ideas y tratar de cambiar el mundo. Un amigo creó una especie de folleto literario que se distribuía por los edificios y que era fotocopiado en uno de los locales donde los profesores dejaban los materiales de lectura. Era una publicación anónima, pero todos sabían quienes éramos. Meses después de graduarme, mi abuela enfermó y me dediqué a sus cuidados”.

     “Nunca quise ganar experiencia en mi profesión, aunque lo intenté. No me sentía augusta con mis labores. No podía pensar en otra cosa que no fuera mi abuela. Al morir, me fui de lleno a arreglar la casa y convertirla a lo que es ahora. Un día, mi amigo, el del folleto, me contactó y me dijo que necesitaba a alguien que lo cubriera con unas reseñas para unos catálogos que se repartían en librerías. No era indispensable leerse todo el libro, pero sí, que fueran sencillos y que atrajeran a posibles lectores. Les gustó tanto mi trabajo, que, al mes siguiente, estaba sentada con el gerente general de la editorial”.

Isabel me muestra algunos de esos catálogos que se usaban para mostrar las novedades editoriales, con varios libros que indicaban una próxima fecha de lanzamiento. No recuerda a cuáles les hizo reseña, pero sí que le regalaban varios ejemplares después de unos años de haber sido editados. Le parecía sorprendente la cantidad que no se lograban vender y que las librerías devolvían por falta de espacio. No existía el concepto de libros en papel reciclado y no se le hacía raro que hubiera otros canales de distribución no autorizados.

     “Realmente la prueba de ingreso fue escribir un fragmento como tal escritor. Me preguntaron por las obras de varios autores, así como de gente que ni sabía que había escrito. Me explicaron con sutileza, para que me necesitaban. La Feria del Libro se aproximaba, y más que una ventana a la cultura, era un mercado que movía mucho dinero. Un lanzamiento ayudaba a que se vendiera un producto sin tener costos adicionales a terceros, venta neta como llamaban. Iban a presentar cinco o seis novelas, y la mitad de los autores estaban retrasados, y bajo la premisa, cuatro manos escriben más rápido que dos, acepté colaborarle a uno de los autores”.

     “La editorial no da pases para la Feria del Libro o cualquier otro evento, tratan de que un escritor nunca se encuentre con su sombra. Fue por morbo que fui al lanzamiento de mi primer libro, por así decirlo. Me dio hasta risa ver como el presentador le salían las más bellas palabras hacia al autor que tuvo que acudir a la ayuda de alguien más para terminar esa obra”.

     “En ese primer encargo, recibí las partes que tenía que corregir y agregar su propio estilo. Si era un párrafo, tenía que quedar una página; si era una página, debían quedar dos. No podía alterar la trama ni modificar lo que el autor quería, por ejemplo, me daba indicaciones: en esta escena el protagonista va a un café y se encuentra con su medio hermano, que se convirtió en vagabundo. No incluir flashbacks. Cosas por el estilo”.

El trabajo de Isabel era minucioso y no se le hacía raro encontrar errores ortográficos o de redacción, los corregía y continuaba. No se le permitía quedarse con borradores y menos con pruebas de imprenta, aunque si me mostró algunas hojas con anotaciones propias y del autor para ser modificadas. Las guardaba en una carpeta junto con apuntes y que, llegado el momento, le prendería fuego. Claro, lo dijo en broma, pero con su toque de seriedad.

Me comentó que, durante unos años, el mundo editorial sufrió constantes inconvenientes que amenazaron su trabajo como son los pocos autores emergentes, y que, los consagrados, que se dedicaron a hacer otras labores intelectuales. No existía un terror real con la piratería en físico, pero si con la proliferación de archivos en PDF.

     “Hubo un bajón en mis servicios por mucho tiempo, solo me enviaban textos para correcciones o si hallaba errores en las traducciones que venían de otros países. Nunca fui acreditada, si se hacía una corrección profunda, era el líder del departamento el que daba su nombre. Un nuevo auge comenzó de nuevo con las redes sociales y leer volvió a estar de moda. Hace unos años, empezaron a contactar a influencers para llegar a públicos juveniles, varios habían logrado un éxito increíble y la unión se hizo para entrar en un nuevo mercado. El único inconveniente era que ellas y ellos no contaban con tiempo suficiente. Un día mi jefe me llamó y me dijo: conseguimos un contrato grueso, ponte a ver todos los vídeos de equis que nos reunimos el próximo martes. Fui y me puse a tomar nota, le di mi número de teléfono al influencer y me llamaba cuando tenía ideas. Tuve un mes para hacerlo”.

Del té, pasamos a un par de cervezas y mucho de lo que hablamos, quedó entre los dos. También hago mi parte de guardián de los secretos y mantengo el pacto. Como una conversación cualquiera, se habla de terceros, ya sea bien o mal.

      “Uno firma un contrato basado en la confidencialidad. No importa si un libro haga millones o venda tres copias, se convierta en película o se vuelva una saga. No me dicen a quien debo escribirle, pero me doy cuenta si voy a una librería y veo mis palabras en los libros de otros”.

     “Algo que debe entender la gente es que la magia en la escritura se trata de una idea, un concepto, más no por un proceso, esto es de trabajo y dedicación. La mayoría de pseudo escritores que se la pasan al frente de una cámara, son organizados en su tiempo y tiene un equipo detrás respaldándolos, llámese managers o asesores de imagen. No niego que existen los que hacen un trabajo a conciencia y entregan el alma. Ya depende de los lectores, si creen o no, pero al menos que lo sepan”.

Entrada la noche le pregunto si cree que lo que hace es deshonesto, si no siente que su labor sea dañina o simplemente es darle ilusión a alguien de algún modo.  

     “Si algo no me deja dormir en las noches es eso. Es como empapar medicina en chocolate para que alguien se la coma. Sé que estoy contribuyendo a que alguien tome el hábito de leer, pero ¿a qué costo?”.

Me despido prometiéndole que ella será la primera en leer este artículo antes de ser enviado a Esto No Es Crítica, y que nos volveremos a ver en algún momento, no como la fantasma, sino como la escritora que es.

     “Quizás publique con mi nombre algún día, no sé porque medio, será por pura satisfacción personal. Debe ser ficción, eso lo tengo claro. Si fueran mis memorias, me caerían demandas y me creerían demente. Muchos no pueden tolerar la verdad. La historia se ha encargado de descubrir que muchos autores han engañado a sus lectores de alguna forma u otra”.

*Por obvias razones, se trata de un seudónimo.

2023

Un comentario

  1. Pienso que no forzosamente sería trampa, es como decir que los cuadros hecho por Miguel Angel no son de el porque hubo participación de los integrantes de su taller que tampoco parece su nombre. Pienso que al final lo más dificl es encontrar ideas y luego descubrir como desarrollarlas, encontrar la forma, jugar con el lenguaje. en todo caso es una colaboración, quizás si deberían dar crédito en esos términos, de colaborador, pero definitivamente la idea es del otre.

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