Por: Luis Felipe Vélez
Desde su etimología y definición la palabra Monumento nos remite a la memoria, al hacer patente algo que nos recuerde a través de un objeto convertido en imagen las obras, acontecimientos o hechos dignos de ser conmemorados (derivado de monere ‘hacer pensar (en algo)’, recordar algo). Desde esta perspectiva, es la nación (y sus entes territoriales que nos representan) la que debe de establecer a través de las intervenciones en el espacio público, cuáles monumentos se erigen, y en favor de qué o quienes. Ya bien sea para conmemorar un evento como la batalla de los lanceros del pantano de Vargas de los escultores Rodrigo Arenas Betancur y Guillermo González Zuleta, o para celebrar la memoria de los poetas, deportistas, músicos, escritores, artistas, políticos, lideres o personajes históricos, etc.

Lo que un país sea como cultura está determinado por el contexto construido de su propia historia, muchas de las obras escultóricas que hoy en día se contemplan son fruto de un tiempo en el que los ideales eran diferentes, en parte por la noción de lo que se llamaría la conciencia histórica, aquella que toma al pasado como experiencia y permite entender el sentido del cambio temporal y las perspectivas futuras hacia las que se orienta el cambio (Jörn Rüsen, 1992: 29) El acceso a la información brinda posibilidades de expandir las nociones que teníamos construidas, qué es entonces la identidad? qué o quienes son aquellos que concretamente nos definen? Colombia es un país atravesado por la multiculturalidad, crisol de costumbres y etnias, porqué seguir manteniendo los mismos objetos levantados hacia el cielo de una época en la que la formación de la identidad nacional así como hoy apenas se hacía?
Parafraseando a Simone de Beauvoir quien decía: “No se nace mujer, se llega a serlo” en los países colonizados, por ejemplo el nuestro, no se nace colombiano, se llega a serlo.

Definidos por la influencia de pensamientos y políticas extranjeras, tanto ayer como hoy, la historia es una narración articulada por discursos llamados oficiales que se materializan entonces enaltecidos en las plazas y sitios públicos dictando una razón de lo que ocurrió, dejando la marca de su nombre. El artista cartagenero Nelson Fory en un trabajo que recorrió diferentes ciudades de Colombia, intervino con pelucas distintas estatuas que se exaltan como pilares de una identidad construida, pero cuyo valor en la contemporaneidad está reevaluado de otra manera. ¿Dónde está la gesta y los registros de la memoria indígena, de la memoria afrodescendiente? ¿Sólo con la escultura de Benkos Bioho en San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de Abya Yala o América? ¿Dónde están las esculturas de Bioho por Colombia? Desafortunadamente al igual que Juan José Nieto Gil el primer y único presidente negro de éste país, están ocultas tras las bambalinas de un nombre impuesto, sin un lugar fijo porque las mismas esculturas solo muestran un tiempo que ya no es, que ya no está.

Las acciones para revisar el papel real de estas obras en el espacio no vienen desde un arrebato o una furia vandálica en contra de estas piezas, vienen desde la reflexión del discurso que indica en qué o quiénes creer, es la suma de todo lo dicho, es la noción de la opresión, la conciencia de quienes eran, de lo que se hizo para lograr los cometidos. Que sus obras sean de tal o cual formas ya no se puede negar, pero seguir perpetuando algo en lo que no se cree es insostenible. Fory junto al colectivo Pedro Romero Vive aquí en el año 2011 embalaron tres monumentos en la ciudad de Cartagena como «una evidencia de la necesidad de recuperar la memoria histórica de nuestra ciudad cuestionando cómo las estructuras coloniales perviven en la actualidad; además visibiliza la violencia simbólica erigida por estos monumentos y plantea una reflexión sobre la visión de la Cartagena contemporánea frente a su pasado colonial»


¿Quiénes somos entonces? Acciones como las tomadas por la comunidad indígena Misak El 16 de septiembre de 2020 en la ciudad de Popayán, cuya historia es fácil hablar sin conocerla, re evalúan el sitio que deben tomar las representaciones que nos hacen, puede que tumbar un monumento no sea un verdadero juicio histórico, o sea una escaramuza frente a lo que realmente ocurre, sin embargo es una acción que materializa la voz callada de los siglos de una opresión sosegada sobre las comunidades originarias. Que es un atropello contra los monumentos, si, pero que es necesario para pensar cómo nos queremos ver representados, también.

En esa medida la obra de Ivan Argote indaga por estas imágenes y su lugar, buscando que se cuestionen desde su construcción y la manera en que se presentan dentro de la narrativa ya establecida, como en la obra Etcétera que interviene el erigido busto de Orellana entre el 2012 y el 2018 con un cubo de espejos que reflejan la flora circundante del Parque Nacional en Bogotá, desapareciendo el busto impuesto por la ley 114 de 1940. Argote también intervino en la serie Turistas, diferentes esculturas de Europa y Colombia con ponchos tejidos autóctonos para señalar en un lugar común las diferentes visiones que cohabitan invisibilizadas tras los rostros de las figuras insignes que han dejado un legado, pero no la perpetuidad de un discurso.

Cubriendo con espejos a Francisco de Orellana, supuesto descubridor del Amazonas. Parque Nacional, Bogotá. Photo series, 2012 – 2018. Fotografía de Iván Argote



Desde punta gallinas hasta Leticia nos llamamos colombianos pero somos tan diferentes como un continente entero, es por ello que la revisión de lo que es nuestra memoria es necesaria constantemente, somos nuestros pensamientos y creencias y hoy en día hay una conciencia más generalizada de muchos conceptos que se nos dieron como ciertos pero que en el transcurso de la reflexión se han ido fortaleciendo o desvaneciendo. Resignificar los mensajes y el medio en el que estos se ofrecen es una labor constante, los símbolos son para reescribirse, para reinterpretarse, de lo contrario se convierten en dogmas, en silencios sepulcrales que se deben aceptar sin remedio y no estamos ante ese orden de la historia.
Cali 2020
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