Por: Luis Felipe Vélez.
Mucho se ha mencionado, hablado, escrito, actuado y denigrado de la vida del pintor holandés Vincent Van Gogh (1853-1890) vida que desde los primeros momentos, fue atravesada por su capacidad de entender el mundo no como apariencia sensible, sino como fenómeno manifestado en las acciones vividas de seres fatigados y con hambre, envueltos en las redes sociales y políticas que en sinfín alimentan. El carácter social que su padre desempeñaba como pastor protestante, no permitía que su relación con los otros se diera de manera común; vivía muy de cerca la fe de su culto, los ideales de sacrificio y la responsabilidad de justificar el bien ante Dios al que todo debía, Van Gogh era muy consiente, retraído y desconfiado, cercano a la dureza de la vida campesina, a las necesidades que durante el resto de su corta vida habrían de marcar su imponente obra. Fue la realidad humana finalmente de la que no se podía sustraer, la que lo unió con las cosas y los objetos de su entorno, no podía huir de sus existencias, estaba en-el-mundo haciéndose como uno en sí mismo.

Es ya conocido que cerca de los treinta años, Van Gogh no tenia un trabajo fijo y empezaba a ser una carga, estaba ofrecido ante el mundo como a una fiera en el circo romano, enfrentado al caos subjetivo de la modernidad, al sentimiento irreconciliable entre lo finito y lo infinito del romanticismo, a la manera limitada de poder ser identificado como razonable por la ilustración y el abismo social que oscureció la libertad. Como su cuadro los comedores de patatas del año 1885. Sumergidos en espesas capas de pintura café, ocre, amarillo y gris, campesinos inmortalizados en su cabaña departen una bebida caliente y algunas papas con sus manos calavéricas y firmes. La luz procede de una gastada lámpara, casi sin gasolina y pequeña para el número de participantes a la cena, no hay un sol exultante, es la intimidad del espacio que ahora se hace público, visible sin cambiar nada, ni la posición de quien está de espalda, ni el gesto caritativo de quien brinda una porción. Van Gogh vivía de cerca la realidad de los trabajadores, ya bien sea de la tierra, mineros o tejedores, pero no podía internarse de nuevo en las minas, como de joven, cuando ansiando representar la luz de la fe ante el miedo, chocó con las jerarquías eclesiásticas por su manera radical y extrema de vivir la palabra de Dios.

Esto atenuó su hundimiento en la nada, en la pregunta fundamental del sentido por la existencia propia, el devenir, la vida misma, Van Gogh, absorto y comprendiendo fundamentalmente sus capacidades, después de trabajar en una galería de merchantes por poco tiempo, se dedicó de lleno a la pintura, a caminar y a buscar la luz de Dios a través del sol.
Una de las tantas cosas paradójicas de Van Gogh, es que pinta pocos cuadros que tengan que ver con Dios, hay muchas iglesias, campesinos trabajando en los campos[1], objetos sin vida, retratos de diversa índole, pero esto no es falta de fe, es un compromiso asumido como propio ante el ser humano y él mismo, que al darse cuenta de su situación, da el salto hacia la conversión, asumiendo el sentimiento de la angustia como construcción de vida, compromiso, que deja de lado el miedo que “refiere siempre a algo determinado, mientras que la angustia es la posibilidad antes de la posibilidad”[2].

Esta situación de posibilidad determinada para el espíritu ante el miedo y la angustia, coloca al sujeto merced de los sentimientos espontáneos que surgen de la nada, aunque se parezcan, la diferencia de un estado a otro radica en como se está-en-el-mundo. “La angustia es algo fundamentalmente diferente del miedo. Siempre se tiene miedo de este o aquel ente determinado que nos amenaza desde tal o cual perspectiva determinada. El miedo de… es siempre miedo por algo determinado. Puesto que es propio del miedo la delimitación de su «de qué» y «por qué»”[3] El fantasma de la angustia posee al pintor, le hace interprete de la naturaleza que identifica el ser con la eternidad de su obra, lo aísla, y en muchas ocasiones aún conociendo que no hay nada mas que la muerte éste se aferra al arrepentimiento. “Pero el arrepentimiento no se torna libertad del individuo, sino que desciende en su relación con el pecado a una posibilidad, es decir, no tiene el poder de abolir el pecado, solo puede padecer bajo su peso”[4].

Porfiado con su carga emocional, Van Gogh se entrega a la imagen, a todo aquello que ofrecido a la percepción, la imaginación y el papel de las funciones mentales pudiera develar el vértice exacto de la luz que transformada en onda, diera vida a los colores. Cada pintura, boceto, dibujo, se transformó en confesiones más claras que las cartas que con el mismo ímpetu escribía a su hermano, era una manera para él nueva de combatir el mal sin que esa nada llena de lo absoluto -Dios- se perdiera en la fe de la angustia. Así, la libertad cobra un valor enorme, es ella la que pudo hacer avanzar en la vida de Van Gogh aparentes momentos de tranquilidad, pero no de una satisfacción razonable.

Cubriendo amplias zonas del lienzo con un color puro, gastando desmesuradamente en oleos y justificando a su hermano tal situación le escribía: “¿Pero ¿qué puedo hacer? Tengo momentos en que el entusiasmo llega hasta la locura o hasta la profecía: entonces me siento como un oráculo griego sobre su trípode”[5], suelección de temas naturales aparentemente sin interés por el publico, tan acostumbrado a ver retratados temas históricos hicieron que el artista considerara sus obras no puramente decorativas, sino susceptibles de un análisis más profundo: Eran un edén de luz y color. Pero tras ese aparente despliegue de vida mostrado en los colores, estaba acentuado en el espíritu la zozobra de la existencia, son los colores el dualismo entre la angustia y la esperanza, es la ambigüedad encaminada en-el-mundo con una libertad que lo lleva a la duda, a la desesperación o la redención.
Este modo contradictorio del ser entre la nada (el pecado) y lo absoluto (Dios), determinó el continuo transito franqueado por la luz, que en cada uno de los objetos manifiesta su libertad e independencia, “quien realiza en la angustia su condición de ser arrojado a una responsabilidad que se revierte hasta sobre su misma derelicción, no tiene ya remordimiento, ni pesar, ni excusa; no es ya sino una libertad que se descubre perfectamente a si misma y cuyo ser reside en ese mismo descubrimiento.”[6] Elegir por la luz es una manera de realizarse, ser a pesar de cualquier situación.

Prisoners Exercising 1890 (After Doré)
En posición de sujeto que se realiza en la historia y configura sin querer sociedad, Van Gogh se encuentra y es-en-el-mundo, cada pincelada va dirigida “hacia las cosas mismas”, cada café, cada óleo mezclado una y mil veces para encontrar el amarillo adecuado, tan único como cada una de sus obras, color en el que representaría la vida y su angustia. Los colores eran sus palabras escritas en los lienzos del tiempo, pero su obra de la realidad lo deterioraba paulatinamente y esa decisión era un compromiso con él mismo, haciéndolo, se hacia “… en vez de comer lo suficiente y en forma regular, me mantengo con café y bebidas alcohólicas. Lo reconozco. Pero para lograr la nota amarilla y penetrante este verano, tuve que exagerar un poco las cosas.”[7]
La luz determinó su obra con infranqueable belleza, pero su vida se desenvolvía en el torbellino de la soledad y las ansias por hacer de su existencia algo útil para los demás; y ante todo, útil para ese absoluto ojo que lo escrutaba como su padre le había enseñado.

Van Gogh rehacía el mundo en cada manera de expresar su ser existente, en cada pincelada que era su fundamento posible para ser infinitamente, en la conciencia finita de los demás, la obra que realizaba no se comercializaba como tal, era una causa para sosegar lo que sus manos no podían callar “En mi cuadro del Café he tratado de expresar que es un lugar donde uno se puede volver loco y puede cometer un crimen. Todo esto expresa una atmósfera de un bajo mundo ardiente, un sufrimiento pálido en una oscuridad que se ha apoderado de un hombre que ya no está más despierto”[8].
Su obra realza los matices de la vertiginosidad, cuanto más se observa, más claro es el conflicto entre ser y estar, entre un devenir que se plantea de manera histórica para todos los sujetos y sólo algunos deciden vivirlo, la decisión traza la frontera entre quienes viven pero no existen, entre quien observa pero no ve, entre quien siente, pero no ama. La pasión desinteresada llevó al pintor Gauguin con quien compartía algunas ideas a la casa amarilla, lugar donde Van Gogh pretendía establecer una comunidad de artistas, pero la paciencia entre genios no rindió los frutos esperados, la patología angustiosa de Vincent desencadenó el episodio confuso de la discusión en el Café con su colega y el posterior auto-mutilamiento de su oreja que ya acentuaba, además de un desgastado sistema nervioso, una enfermedad creciente reflejada en la soledad, en el pavor de sus actos y su manera de ver el mundo, no ya como un artista, sino como Kierkegaard lo cuenta en el mandamiento según el cual Abraham, habría de sacrificar la vida de su hijo Isaac, como medio para alcanzar el auténtico compromiso con Dios, como realización de la obra en cada acto de la existencia, Van Gogh está llamado a ello por el sentimiento de la angustia que en última instancia, es un temor a la nada.

Distanciado, trabaja sin par en su habitación donde consume de a pocos el dinero que su hermano le envía para que subsista, centrado en su creación, muchas veces no podía dormir y pasaba las horas frente a múltiples caballetes todos ellos ocupados con algún proyecto casi concluido, “Quiero y puedo ganar algo de dinero con mi pintura. Habría que organizarlo de manera tal que mis gastos no superen las cifras de los ingresos y que el dinero gastado se recupere”[9]. No era un interés monetario básico lo que lo movía, era la motivación de poder corresponder en algo a su hermano que a pesar de los incidentes lo seguía apoyando.
Pero los ataques de angustia desencadenaron nuevos episodios en los cuales la esquizofrenia se manifestaba ante los demás, sin comprender tales actitudes, era él un títere susceptible de transformación, una prenda de valor que dependía de la crítica institucional, envolviendo su obra hacia lo infinito como fuente inmortal para perdurar en la existencia del ser. Esta praxis de su pintura dentro de la humanidad, da su paso para que determine las posibilidades a las que se rige un sujeto cuando decide comprometerse con su idea de ideal, cuando cree y logra enfrentarse a la nada dual que lo determina y a la vez lo destruye, la realización en lo infinito expresada en los torbellinos de la materia en la consumación de una pincelada en el punto exacto ubicada, sin estilo fijo ni muy puntillista, ni muy impresionista, ninguna obra donde el espíritu tenga influencia reposa con plena satisfacción, nunca habrá una verdadera obra para mirar ni un verdadero mensaje de belleza para entender. Van Gogh se compromete con la obra y transmite por medio de ella la angustia existencial, desarrolla su técnica, pone como garantía su espíritu objetivado en el trabajo para forjar el temperamento evasivo del Ser.

El Ser se concreta en la realización de la intención, una pintura es manejo de intención y tiempo. Van Gogh piensa en la técnica, piensa en su técnica y le es indiferente si será tratado como utensilio, su obra es resultado de la pasión, no es producto del trabajo, no es producción alienada, “La angustia originaria puede despertar en cualquier momento en el ser. Para ello no es necesario que la despierte ningún acontecimiento extraordinario. El profundo alcance de su reino se halla en proporción con la pequeñez de lo que puede llegar a ocasionarla. Está siempre alerta y lista para saltar”[10] su obra es manifestación sublime, no del espíritu, sino del ser-en-la-naturaleza, del ser realizado objetivamente como intención en el mundo significante siendo a la vez que no es, suspendido entre la conciencia infinita de un colectivo y el imaginario histórico que evidencia la eternidad del espíritu ubicado como intención finita, concreta, parte fundamental del devenir en proceso de una transformación subjetiva comprometida como Ser y a la vez como angustia.

En el año 1890, Van Gogh que ya había sido atendido en instituciones mentales, se fue a vivir con el matrimonio Ravoux, admiradores de su obra que lo recibieron hasta el 27 de Julio cuando huyendo para ignorar -pero sin ignorar que huía- decide suicidarse disparándose en el vientre. Fruto de su elección y su manera de vivir, la angustia lo abrigó como un manto, prolongando su muerte hasta el día 29 cuando por última vez fumó su pipa. Elección de un hombre que antes de vivir inmerso en la mala fe de una época, recobra su posibilidad de ser captándose a sí mismo en los demás con plena responsabilidad.
Cali, 2020
[1] En algo semejantes a las de Anton Mauve (1838-88), tutor de Van Gogh en el sentido estricto de la palabra.
[2] Kierkegaard S. El concepto de la angustia, Parte I, Cáp. 5, ED. Espasa-Calpe, 1963.
[3] Martín Heidegger, ¿Qué es Metafísica? Editorial Alianza Madrid, 2000.
[4] Kierkegaard, El concepto de la angustia Pág. 114, Ed. Cit.
[5] Van Gogh, V. Cartas a Theo Numero 562, Febrero 3 1889. ED. Norma
[6] Sartre Jean-Paúl, El Ser y la Nada, Capitulo Cuarto, Tercera Parte. ED. Losada
[7] Cartas a Theo, numero 567, Marzo 24 1889
[8] Van Gogh V. Cartas a Theo, Carta 518, Septiembre 1888. ED. Norma.
[9] Ibíd. Carta 605, Enero 1890
[10] M. Heidegger, ¿Qué es Metafísica?, Pág. 103, Ed. Cit.