
Por: Luis Felipe Vélez.
Pedro Alcántara Herrán a través del grabado y el dibujo, logra encontrar en la línea un medio en el que la idea va germinando a través de la obra, donde el concepto va apareciendo, develándose en medio de los cuerpos por él retratados en un rastro indeleble de sangre y fuego, convertidos en gris y negro, en blanco y café, para decir algo que la imagen no puede, para hablar sobre los fenómenos que la palabra no alcanza.
Desde el pensamiento de Heidegger se pueden recoger conceptos como alegoría y símbolo, los cuales dan un espacio de enunciación para que la obra tenga lugar. La alegoría nos remite al decir algo más y el símbolo a un carácter añadido, estos conceptos estructuran el surgimiento de una forma, para que en la obra se den los fenómenos, para que surja la violencia materializada en una expresión figurativa inalcanzable a la razón, a la lógica que la guerra tampoco conoce.

En estos cuerpos conviven los contextos y entornos de la geografía como una simbiosis, hibridación de dos cosas diferentes que co-habitan en el mismo espacio sin ser una misma, símbolo y figura, cuerpos que renuncian a su limitación para expandir la noción del conflicto, más allá del lugar donde todo se da, como una vegetación que crece yuxtaponiendo las imágenes para crear sentido, mutando de animal a vegetal, transfigurando su esencia ya alterada por la misma existencia. Alcántara con sus cuerpos renuncia a la imitación para ser interpretación, idea de su fenómeno, transformación en el dualismo de lo que fue y se deja de ser.

Una mano que es sombra, latido, impulso y estímulo, mano sumergida en sí misma, completándose en la espiral de su propia esencia, devorándose, consumiéndose cuanto es, como naturaleza que crece, y a su vez se arraiga como las raices que se aventuran profundas en la tierra para ser músculos que se convierten en nido, en las acciones de un contexto condicionado por la figura que representa, la de un cuerpo-territorio que se habita como un lugar que sigue siendo orgánico pese a todo, sepultado, arraigado en la tierra que los cubre mientras todo crece sobre sí, a la espera de como diría el poeta Charry-Lara, ser «ocasión de voraces negras aves».
Cali 2020