De carnes trémulas y amorfas, la mujer pintada por De Kooning incita a la contemplación. Guarda en sus ojos y dientes la pura expresión del silencio iracundo que interroga sin pretensión. Cual si reflejara un alma perpleja y con oculta simetría, la obra llama a ser vista con otros ojos, con un sentido diferente a los que habitualmente estamos acostumbrados. Y no bastan los ojos para mirar ni los oídos para escuchar, se requiere una facultad especial del conocimiento sensible, casi un órgano para decirlo a la manera de Baumgarten, pues no es el sentido del gusto formulado ya por los empiristas y perfeccionado con Kant, es una disposición especial frente al fenómeno artístico que recupera la propia sensibilidad para observar la obra de manera prístina, transparente.
La transparencia, que “supone experimentar la luminosidad del objeto en sí, de las cosas como son”[1], lleva de suyo, en el carácter de la lumínico, un paso de lo oscuro a la clarificación, hacia el mostrar, es decir el de-velar. En esa especie de epojé fenoménica del objeto, la pintura de la mujer, (cuyos senos y cara del mismo tamaño crean un triángulo) reduce el contenido de tal manera que se puede ver en detalle el objeto, siendo la forma lo que menos importa porque se ha de ver lo que la obra es, no lo que pensamos que puede ser. Así, “debemos volvernos al ente mismo para pensar en su ser, pero precisamente de manera de dejarlo descansar sobre sí en su esencia”[2] posibilitando que la obra en su más original manifestación, sea.
Así es como en la forma retorcida de palos y troncos que la naturaleza ha moldeado, emerge el contenido artístico a la mirada sensible de la artista. Y su resultado es una elevada simbiosis que vincula el espíritu creador hegeliano, con la ruda estructura no moldeada por la mano humana. Heather Jansch suma, de parte en parte hasta completar el todo, y crea, a partir de múltiples detritos, lo bello “en lo que no había sido hasta entonces percibido como bello”[1]. Aunque es diferente en cuanto composición, Carpentier veía en las raíces, formas ocultas de bailarinas exóticas cuyo génesis, se desprendía de antiguos manglares de la selva suramericana.
Las obras de Jansch usan la semejanza con la idea que tenemos de la realidad. Apelado a la experiencia, conocemos un caballo, un ciervo o un cerdo y sabemos que lo hecho por ella, no-son animales, sin embargo reconocemos en su apariencia lo que ya los griegos llamaban la esencia de. Más que una técnica lo que se valora en su obra es la capacidad expresiva, que surge de entre lo más elemental. Y aunque su belleza puede ser considerada o no, es, en términos de Suntag, interesante teniendo en cuenta el recurso técnico en el unir para hacer surgir.
Luis Felipe Vélez
[1] Suntag Susan, Un argumento sobre la belleza, en Letras Libres, p, 7,Febrero 2003