Por: Luis Felipe Vélez.
Cuenta Ovidio en la Metamorfosis, como el rey Midas de Frigia, captura en un festín al viejo Sileno, un sabio ser de la naturaleza, para llevarlo luego a Dionisio, señor de la vid, quien al ver de nuevo a su viejo maestro y en gratitud por el trato que le habían dado, le ofrece al rey lo que quisiera. Éste, «que mal había de usar de estos dones» pidió, como es de conocimiento, que cuanto tocase se convirtiera en oro, y desde sus labios hasta la punta de sus dedos, todo cuanto se acercaba resplandecía de un dorado intenso. Aunque Midas en el mito, logra arrepentirse y revertir su situación, el sistema fue creando un modelo que relacionó el tiempo de la producción y creación con el oro, y en esa necesidad de conseguir, acumular y tener, se buscaron posibilidades que se fueron abriendo por doquier.

Contemporáneamente, una manera de generar recursos económicos se da a través de las llamadas criptomonedas, la más conocida es Bitcoin, pero como ésta hay decenas más, de acuerdo a la funcionalidad y necesidad particular. Cada una de ellas, se desarrolla en un sistema conocido como Blockchain, una cadena de información digital que requiere para su existencia, una actividad constante conocida como «minado de datos», actividad que llevan a cabo super servidores las 24 horas del día, sin pausa, consumiendo toda la energía posible de todas las fuentes naturales disponibles para que este dulce espejismo, no se desvanezca, no se apague y se pueda mantener. Miles de millones de dólares diariamente están en juego en estas operaciones, y entre más inversores, economistas, actores, presidentes, gente del común, etc., se vayan vinculando, no habrá forma que la maquinaria se detenga, los humanos buscamos en donde encontrar más ingresos, frente a la opción entonces, why not?

Desde hace varios meses se ha venido discutiendo y más que todo divulgando, la manera como en el llamado mundo del arte, tan caro a Danto, ha ocurrido una irrupción llamada Criptoarte (Crypto art), cuyo soporte son los activos digitales NFT (Non Fungible Tokens), que permiten asegurar la autenticidad y seguridad de una pieza, estos fueron creados para darle valor de «obras únicas a elementos creados en el mundo digital que sean susceptibles de ser conservados y coleccionados» Así entonces, se abrió la posibilidad a que desde esta estructura virtual, se pudiera dar una legalidad a que todo un universo de creaciones no físicas pudiese tener un valor que se expresa en términos de dólares y cuyo soporte es una de estas monedas, conocida como Ethereum.
Es en esta forma, como el artista Mike Winkelmann, conocido como Beeple, vendió en una subasta el pasado 11 de marzo, su obra «The First 5000 Days» por algo más de 69 millones de dólares o Jack Dorsey, cofundador de Twitter, vendió por 2 millones de dólares el primer mensaje, que escribió en marzo del 2006. Todo cuanto pueda comercializarse por este medio se está haciendo, desde un diseño de zapatos de Gucci que valen entre 9 y 12 millones, hasta un gif, todo entra en este sistema de NFT donde se certifica la propiedad y los derechos de cada producto al mismo tiempo que por cuestiones de lógica informática, se ejecutan las condiciones y garantiza la trazabilidad de la pieza en adelante. Muchas personas han visto en ello una gran posibilidad y el mercado día a día despierta con una noticia por el estilo, tantos millones por esto, tantos miles por aquello, las grandes galerías, tiendas de subastas y público del arte, observa maravillado esta opción de vender lo propio a través de lo digital. El 3 de marzo de este año, los propietarios de una obra de Banksy llamada «Morons» la quemaron y transmitieron el video como un registro de la conversión de la idea de lo original, o lo llamado auténtico.

¿Dónde queda, si es que aún la hay, el aura de la pieza? Destruir la obra en físico para darle una nueva existencia, única e irrepetible a través de las NFT, plantea nuevas preguntas frente a lo que se entiende por el valor del arte ¿Dónde está el fenómeno estético? ¿En la permanencia forzada del sistema? ¿En la ambición que desmaterializa la experiencia y la convierte en código? Ya la obra no está ni siquiera en los ámbitos de la reproductibilidad técnica, pues el espacio que comienza a recorrer modifica el concepto que se tenía de dispositivo para el arte contemporáneo.
“Hacemos esto porque si tenemos el NFT y la obra física, el valor sigue recayendo en la física. Pero si eliminamos la pieza física, nos aseguraríamos que […] gracias a la tecnología blockchain que nadie alteraría la pieza [digital] y que se trata de la única pieza [de esta obra] que existiría en el mundo”
Justificaciones hay muchas, que ya las cosas están mal, que igual las selvas son explotadas por el coltán que requieren los celulares, que los cables submarinos que llevan el internet destrozan el suelo oceánico, que ingresar a las redes sociales o usar un smartphone es lo mismo, etc, etc, etc, sin embargo el impacto de la huella se mide en años y si ahora se disfruta una ganancia seducida por las virtuales voces, la misma que sonará pírrica en la dimensión histórica a la que nos enfrentamos.
La idea de arte se liga a las variables tecnológicas y adquiere otro matiz, uno que reconoce formalmente su valor como prenda digital de cambio a través del blockchain. Nuestra relación con la naturaleza ya era compleja, «La tierra se desoculta ahora como cuenca de carbón; el suelo, como yacimiento de mineral» dirá Heidegger en la pregunta por la técnica en 1949, la naturaleza como un lugar para sacar recursos, como un medio y no como un fin. El avance de estas operaciones, verticalizan de manera más radical esta relación. Con los NFT parece que se toca el cielo con las manos, bastará saber si lo convertimos en oro para luego morir de inanición.
Cali 2021.
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1. Metamorfosis, Publio Ovidio Nasón, XI , 85 ss
2. How Bitcoin’s vast energy use could burst its bubble.
https://www.bbc.com/news/science-environment-56215787
3. Research gate, A Study on the Issue of Blockchain’s Energy Consumption
4. Banksy art burned, destroyed and sold as token in ‘money-making stunt’