Articulada por un rango de edad determinado en convocatoria, la muestra de arte joven realizada por calco, reunió iniciativas de las que se hizo una selección premiando posteriormente algunas. La muestra expositiva, conformada por estudiantes de arte, artistas y licenciados, sirvió de escenario para que se dieran cita modos de representación personal en piezas que algunos hicieron para la ocasión. Sin mediar con temáticas determinadas, las obras giraron a su antojo sin un eje sobre el cual se tejiera «la trama conceptual» de la exposición. Las piezas construyeron el espacio que sin único estilo brindaron la posibilidad de realizar contrastes entre desarrollos y técnicas que podían catalogarse entre video, escultura, instalación y pintura, cada una con un hacer diferente, cuestionando sus usos tradicionales.
La escultura Hogar, (Gerson Vargas, Ensamblaje) construida a partir de uniones de trozos de plátano y texturas de la «modernidad» como los hilos quirúrgicos, acaso parodia hogares reales hechos de lo que se encuentra en medio del devenir de la vida y que se marchitan como la pieza mientras fue pasando el tiempo que duró la exposición. Junto a ella, la video-instalación (a ras de piso) El objeto del deseo 3 De la serie «Fantasmagoria» (Natalia Betancourt) muestra una teatral escena en la que unos brazos cubiertos en terciopelo cambian incesantemente pares de zapatos de unos pies desnudos que reafirman la actitud de las serviles manos que extrapolan la utilización de una parafilia a un plano de representación mayor que el erótico. Diagonal a esta, otra video instalación Forestales (Marcel Narváez) recreaba la pausa y aparente tranquilidad de un grupo de árboles que mecidos al son del viento inexistente en la sala, lucian casi inalterables frente a la dinámica avasalladora del consumo que los hará palillos de diente o papel para algún contrato en el que se venda el mar. Esculturas como El peso del agua (Margarita Ángel) parecen corroborar tal impresión, aves -gorriones creo- muertos, despedazados contra el pavimento que los recibe como última frontera de cielos enmascarados en la gris y descuidada apariencia que reflejan.
Natalia Betancourt
Dos obras recurrieron al lienzo y óleo como recursos, No nacer (Ana Galvis) y Los seres que van al cielo (Angelica Velásquez). Mientras que en la primera el carácter expresivo de la obra casi confrontaba debates más cercanos como los del aborto por ejemplo, con una pintura de un infante a medio terminar casi tirado y estampado contra el lienzo que parece cantar o llorar, la segunda deja un plano más ámplio a la interpretación al ser una pintura de figuras sublimes y serenas que transportan casi a ideales sombrios y románticos en los que el joven Werther navegaria a su antojo al compás de una esfera blanca y radiante que parece la luna oteando el horizonte, arropándo con displicencia y lozania la mirada lejana del espectador. ¿El no nacido es un ser que va al cielo? ¿El cielo es aquello que está sobre nuestras cabezas día a día? ¿cómo entenderlo en la pieza?
Franciso Lozada
La misma ilusión de infancia recrea Delicado (Francisco Lozada) donde una mesa de colegio que brilla por su blancura, establece a través de algunos trazos que conforman dibujos, las febriles intenciones de niños cuyo mundo se convierte cada vez que el lápiz toman. La pieza, recrea momentos tomando estos «garabatos» como punto de quiebre en las relaciones de la edad y el espacio. En el piso, un plástico de burbujas que estaba entre la escultura y el suelo, generó en quien lo tocaba, una relación a través del juego. Este, que fue un acto casual en el montaje, creó por momentos, la fantasía de una obra relacional en la que nuestros recuerdos y la entretención de aquellas épocas, dibujaban sonrisas en quienes se decidían explotar bomba a bomba de aquel plástico. La imaginación desbordada, los trazos ligeros, las efemérides lejanas volvieron un instante para hablarnos si se quiere, de la educación impartida y acaso no recibida. En esa medida, Librillos (Julio Giraldo) es intervención que transforma elementos ya hechos como ladrillos, convirtiéndolos con un poco de pintura en «libros» que con facilidad en cualquier biblioteca se pueden ver. Satirizando la construcción ideológica de la sociedad, muchos libros son considerados como ladrillos que por su contenido o peso, sirven para formular ideas o para tener la puerta ante la fuerza del viento.
Julio Giraldo
Todo el hacer ideológico que en fecundos debates de mesas llenas decide que hacer con el mundo, recibe un cuestionamiento con la obra Quiero Comida (Jairo Cobo) cuyo trabajo, es una síntesis de varias piezas elaboradas, pintadas y luego impresas en formato de fotografía de 3×4 cuyos actores, ciudadanos comunes y corrientes que viven bajo un techo o no, han pasado por la acuciosa e imperiosa necesidad de alimentarse. ¿Y para qué vivimos? para comer. Toda lucha y constante ansia podría resumirse en ello. El que tenga más o menos dinero le da o resta ingredientes que solucione en breve el desconcierto y el a veces aturdimiento por la falta de ingesta. Somos uno en la necesidad más básica, barriga llena corazón contento que cuando el hambre entra por la puerta el amor sale por la ventana, por eso que no nos falten por lo menos dos elementos básicos de la gastronomía tercermundista para decir con el artista como en otro de sus trabajos Yo también como huevo con arroz.
Jairo Cobo
Ana Rosero
Intenciones para una cosa (Ana Rosero) es una pieza en apariencia banal, pero que esconde un sentido en el conjunto de una serie. Sobre terciopelo, medio panal de huevos recubierto de fragmentos de espejos giraban sobre su eje y con la ayuda de una luz, resplandecían por la habitación que ocupaba esta sola pieza. Me recordó una obra de Julio Giraldo con su Party Night, aunque sería errado pensar que lo hecho no puede volverse a hacer, de ser así, desde R. Mutt hacia acá no tendríamos nada. Pienso que el espacio requería otro tratamiento, más no se ha de olvidar que estamos hablando de intenciones, no sabemos cuáles ni vamos a preguntar a la filosofía ¿qué es una cosa? pero intenciones. El arte de la repetición de la serie de generación en degeneración (Catalina Ruiz) aparece como un logro técnico, como un trabajo notable sobre un tema que cuesta aceptar para el ego y el yo trascendental de la hombría. Grabada sobre acero, cual roca como un credo de la creación, la palabra «es que ella lo provocó» justifica toda acción que pudiese cometerse contra una mujer, si tiene la falda muy corta o un escote, si ella esta noche no quiso, si no fue o no vino o sólo por que si, muchos hombres (en el término de género) siguen escudando su responsabilidad en las acciones de los demás creyendo definir a la mujer en su dialogo suponiendo que aquella lógica hegemónica que vino del cielo para congraciar los falos aun persiste.
Catalina Ruiz
El uso de los recursos, comprados, casuales o encontrados, hizo presencia también en dos instalaciones que llamaron la atención por su disposición del espacio al consumir este. Salto al vacio (Ivan Tovar) ofreció la onirica visión de una cama cuyas tablas iban ascendiendo colgadas en el espacio, sostenidas por un nailon diferente al de los cuentos que invisble es. En el catálogo que se repartía, la disposición de la obra era otra pues las tablas estaban fijadas en la pared dando una imagen acaso más concreta de la figura, tal cual una escalera. Jugando con la inefabilidad, se proyectaron las tablas perdiendo el movimiento que la pieza pueda brindar. Por supuesto la decisión del artista fue determinante, pero de eso sabe más él que trabaja en ello y no yo, que difícilmente se dibujar una línea recta. Pero la mejor ilusión la creó el Sistema para avistamiento (Henry Salazar) que montó un espacio dentro del espacio, un hogar, una exposición dentro de la exposición, propia iluminación, propio formato, un cubo en un cubo. Dentro del lugar creado, instaló varias serigrafías en hojillas de plata con episodios de la colonia que por lo regular terminaban con la muerte por cansancio de sus actores.
Como un péndulo y brillando incesantemente, los bombillos frente a cada sub-pieza dentro de la gran pieza hacían que esta resplandeciera iluminando los rostros con la plata que de las minas sacaron las personas esclavizadas representadas. Un trabajo remarcable de no ser por las dimensiones que lo conforman. ¿Cómo se pidió el espacio para montar las obras? y ante la pasividad de la emoción de los premiados ¿Sabían antes de llegar a la exposición el veredicto? El que se realice esta tipo de actividades donde no las hay y más aún, que tengan regularidad, es de gran importancia para fortalecer la búsqueda, ya sea de nuevos artistas o nuevas formas de financiación para los mismos.
Luis Felipe Vélez,
Cali Diciembre 2012