Leonardo López: de la Educación Formal y otras repeticiones

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Conducidos desde antes de entender el porqué y formados bajo parámetros, la educación recibida ha tenido como fin la instrucción y el obedecimiento de unos estándares según los cuales se cataloga de «bueno» al que hace lo que se le dijo. Amoldados a otras expectativas, cohesionados con la amalgama moral, se acostumbró a impartir en vez de compartir y con el silencio y la amenaza como regla, las mentes se volvieron dóciles  para manipularse al mejor postor.

La obra de Leonardo Lopez «Educación Formal» que se expuso en  Lugar a Dudas en octubre 2012, es una estructura con cerca de 30 puestos del que llaman tipo universitario, unidos y soldados entre si, creando un amasijo geométrico de tornillos, tubos y tablas. Organizados, los asientos se presentaron en el espacio como una estructura hecha y formada como el pensamiento de quienes se disponen en esos lugares día a día, primero durante 11 años en el colegio y luego otros 5 en una universidad (claro, si hay suerte y el filtro evaluador del ICFES lo permite). Medidos, calificados por números, los objetivos humanos tan en boga por el nuevo milenio, se reducen  a reglas de reproducción  que adiestran conciencias febriles para la sociedad. So pretexto del ciudadano ejemplar, la nación y sus instituciones (escuela, colegio o universidad) cree ser en sí la educación, reglamentando el saber, de manera formal.

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La pieza de López es un reflejo de toda una problemática educativa que se agota en textos y debates pero cuya solución es en realidad aún lejana; materializa con trazos irónicos lo que la ley 115, Febrero 8 1994, en su art. 10, entiende por educación formal «aquella que se imparte en establecimientos educativos aprobados, en una secuencia regular de ciclos lectivos, con sujeción a pautas curriculares progresivas, y conducente a grados y títulos.» Es decir, una educación que tras sucesivas etapas determinadas en las que tal cual como se ensambla un auto, se controla la conducta, se inserta una disciplina, se dirige el parecer formando a los individuos su identidad, acostumbrándonos a la cadena del consumo mecanicista que nos dice que comer, que leer, que ver, que estudiar, a quien querer.

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Tal vez muchos desde antes de salir del colegio vivían con la inquietud que hizo de Zuleta ser quien fue, pero otros, sólo se dan cuenta o acaso se preguntan mucho después de salir del colegio o la universidad ¿qué fue lo que estudié? ¿qué aprendí? ¿para qué o quién estudié? ¿esto me gusta? ¿para qué hago esto que hago? En los centros de adiestramiento de estructura vertical no pulula mucho la pregunta, no se enseña a tomar decisiones preparan números y estadísticas en el plan decenal de educación que en medio de sonrisas, hace creer que vamos muy bien. Y cualquiera que haya dado clase en un colegio oficial donde la pedagogía no es la Waldorf, Montesori, o la de  Freire o alguna de esas que enseñan en la universidad en las licenciaturas, sabrá que quienes hacen las leyes para la educación no han experimentado la docencia y hablan y dicen y creen, mientras como dice una canción «el mundo se cae a pedazos»

Luis Felipe Vélez

Cali, Octubre 2012

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