Por David Martin
Como seres racionales tenemos la capacidad de creer o no en lo que nos dicen y tenemos que verlo con nuestros propios ojos para asegurarnos de que es real. Este principio se puede aplicar en casi todas las facetas de la existencia, excepto quizás en la magia. Si asistimos a un espectáculo de este tipo, lo hacemos bajo la premisa de que seremos sorprendidos y no trataremos de que al final de cada truco, nos levantemos de nuestras sillas y empecemos a adivinar entre todos cómo el mago lo hizo.
Hace unos años, el ilusionista David Copperfield tenía un programa televisivo y en una de sus secciones, era capaz de predecir en que estaba pensando el televidente, inclusive si era en diferido. El truco consistía en una serie de pasos que se daban entre imágenes o cartas que salían en pantalla y al final develaban lo que la persona había seleccionado con anterioridad. Estás ilusiones aún funcionan porque están basadas en un orden predeterminado y son más sencillas de lo que parecen. Hagamos lo mismo con este texto, por ejemplo, le pido a usted, lectora o lector que piense rápidamente en un animal que empiece por la primera letra del abecedario. Ahora repítalo, pero con un país y con la siguiente letra y así sucesivamente, intercalando animal y país hasta la letra H. No lo razone demasiado, si quiere escríbalos en un papel y más adelante, leeré su mente.
Pero no nos apartemos. La ciencia se ha encargado de resolver los fenómenos que nuestros ojos no pueden ver, disolviendo la magia. Los rayos no surgen porque algún dios en particular este enfurecido, sino por una carga de electricidad en las nubes; o que el sexo de un bebé no depende de la madre y sino del padre. Sabemos por nuestro propio aprendizaje que si metemos agua al congelador se vuelve hielo y si ese cubo luego lo exponemos al sol, se evapora y se derrite; si dejamos el arroz diez minutos más en la estufa, probablemente se queme o si tenemos un bolsillo roto, cualquier objeto que introduzcamos en él, se caerá. La mayoría de estos acontecimientos tienen una explicación; sin embargo, hay quienes dudan.

El terraplanismo es una creencia que afirma que la tierra es plana y que su “supuesta” circunferencia se trata de un complot de las agencias espaciales y las élites que controlan el mundo. No es una idea nueva, sino que data desde las primeras civilizaciones y que fue desapareciendo a través de los siglos, aunque manteniendo seguidores. Los terraplanistas actuales surgieron por las informaciones difundidas en Internet y se suman a los llamados Teóricos de la Conspiración, agrupaciones de personas que profesan que varios sucesos no son tal y como la historia o la ciencia los han explicado. Entre estas conspiraciones se encuentran la existencia de seres extraterrestres y que están ocultos por los gobiernos, que la llegada a la luna realmente fue filmada en un estudio de cine o que Michael Jackson sigue vivo. Existen muchos niveles, se puede ser escéptico y compartirlo con un circulo cercano o inculcar a los demás que todo se trata de una pantomima para gobernar sobre las masas.
Pensar en una tierra plana, a pesar de las evidencias que datan desde hace más de veinte siglos, parecería imposible hoy en día, pero ante toda tesis, existe una antítesis y es el libre albedrio es lo que nos permite creer o no creer lo que nos dicen, así haya pruebas contundentes. La frase de “hasta no ver, no creer” parece que es inútil ante las palabras de terceros, que infunden falsas creencias que pueden, no sólo perjudicar una sociedad, sino también, la constitución de agrupaciones que puedan llegar a convertirse en sectas. No hay que buscar en la Deep Web o remitirse a los tabloides sensacionalistas, hasta los medios más tradicionales y difundidos logran caer en las noticias falsas.
Creer en algo es lo que viene a nuestro pensamiento y fe, de nuestra concepción del mundo y del aprendizaje al que hemos sido expuestos. Va más allá de contemplarlo con los sentidos, quizás algo de misticismo, como si nos encontramos una antigua amistad en la calle o nos ganamos la lotería ¿coincidencia? ¿o son fuerzas que no comprendemos las que actúan? Seguramente tienen una explicación que la ciencia no puede resolver.

Para terminar ¿recuerda el ejercicio anterior? Podemos llamarlo predicción o más precisamente, interacción escritor-lector/a. Tome de nuevo el papel o donde tenga las respuestas, elimine las tres primeras palabras y las tres últimas. Le quedarán entonces dos: Elefante y Dinamarca ¿Acerté? No es cuestión de adivinar, sino de lógica. Es poco probable que su mente haya seleccionado erizo, estrella de mar o esturión; o que haya pensado en Dominica y dudado entre escribir República Dominicana o Djibouti.
Bogotá, 2023