Por David Martin
La narrativa se compone de un inicio, un nudo y un desenlace: primero se presentan a los personajes que entran en un conflicto que finalmente se resuelve. Sin importar la duración de cada una de estas etapas, se busca una conclusión que, sin ser buena o mala, debe ser satisfactoria en algún sentido. Durante el nudo, es común implementar el recurso del cliffhanger para mantener la tensión sobre el lector u observador; en éste, se deja al protagonista en una situación que no se soluciona hasta el próximo capítulo. Esto funciona y se puede ver en obras audiovisuales, de una manera más sutil, en escenas post créditos, que han cobrado popularidad durante los pasados años y que tratan de concluir algún fragmento de la trama o ser un avance a una secuela, o spin-off1. El cliffhanger también se utiliza como conclusión de una temporada, por lo que la espera hasta su resolución, puede tardar varios meses.
El concepto de un final cerrado es concluir una historia y no permitir su continuidad, pero cuando una película o serie es exitosa, los creadores y productores ven la posibilidad de seguir con la propuesta, por lo que hay alternativas después del final, y aunque existe la frase “ningunas segundas partes son buenas”, no es una regla y hay excepciones. Además, tenemos personajes que se reencarnan a través de los años y en nuestro imaginario social habitan personajes que no queremos que se vayan. Sin embargo, vamos a enfrentarnos a un problema que es cuando una obra queda incompleta, dejando a sus seguidores con los brazos cruzados.
Es común ver el verbo “cancelar” conjugado en los titulares de la prensa de entretenimiento con respecto a producciones que no van más, luego de meses de ser promocionadas y hasta a veces, crear el hype2 en los fanáticos. La principal causa es que no cumple las expectativas financieras o de audiencia, relegando los aspectos técnicos y creativos a un segundo plano. En este punto, se define a la película o serie como un producto comercial más que artístico, que debe, por lo tanto, generar una ganancia. No podemos incluir acá el término de calidad, puesto que hemos presenciado sagas, una peor que la anterior, repitiéndose una y otra vez, pero que se mantienen por el elevado flujo de espectadores que poseen.
Este fenómeno es más frecuente en la televisión que en el cine. En la creación de un guion cinematográfico se tiene un final porque debe ser leído para su aprobación y pasar por un proceso antes de convertirse en película. Para la pantalla chica (no sólo de televisión, sino también del celular o computador) puede haber variabilidad con un final abierto que permita un nuevo proceso de escritura, de acuerdo a la receptividad que obtenga.
Una serie puede ser excelente, pero la cantidad de plataformas de streaming que existen en la actualidad y la saturación de contenido, puede causar que termine. Es humanamente imposible poder ver toda esa bandeja de series y películas ofertadas, por lo que se debe tener selectividad a la hora de escoger, sin tener en cuenta que muchas personas pueden acceder a más de una plataforma, ampliando su panorama como espectador. Por eso las productoras apuestan a lo grande e invierten, jugando a prueba y error, o van a lo seguro, y repiten la formula, ocasionando producciones genéricas.
Es posible que, a futuro, las obras de nicho desaparezcan y que terminemos viendo constantes repeticiones donde sólo cambian los personajes y los escenarios, o seamos capaces de variar y darle una oportunidad a obras independientes, que no estén sujetas a las decisiones de ejecutivos que tienen el poder de dejar una historia inconclusa. El punto final debe darse tan pronto la última imagen se desvanezca y salgan los créditos, permitiéndonos sacar nuestras propias conclusiones.
- spin-off: Producto derivado a partir de otra obra.
- hype: Interés excesivo por un producto previo a su fecha de lanzamiento.