Por David Martin
Vago: persona sin oficio, errante, que va de un lugar a otro.
Landia: del inglés land, que significa tierra.
Era muy común que los niños y adolescentes de hace unas tres décadas llegaran tarde a casa después del colegio debido a que alguna máquina arcade se le atravesara por su camino. Estos aparatos que funcionan a punta monedas, concedían el beneplácito fugaz de acceder por algunos minutos a un juego de vídeo, incrustado dentro de una cabina de madera. Tener una consola en casa era impensado por los altos costos y escasa importación, era un mercado sin explotar y la tecnología en aquellos años llegaba con retraso. Esa visión de emprendimiento fue aprovechada por unos pocos que se dieron cuenta del potencial recreativo y la afición que se podría llegar a cultivar.
Una “maquinita” de este tipo se encontraba en tiendas de barrio, mercados y droguerías, siendo administradas por alguien que pasaba regularmente recogiendo el dinero y revisaba que todo funcionara bien. El dueño del local, sólo alquilaba su espacio y podía determinar si la quería o no en su negocio, porque no sólo era un imán para los niños, también para sus madres que, con rejo en mano, los sacaban a las malas. Como se dice, era la punta del iceberg, porque existían lugares exclusivos dónde no había una o dos arcades, sino veinte o treinta; uno de esos sitios se llamaba Vagolandia.
Quién lo bautizó así, debe ser recordado por dar un nombre brillante y tan cercano a la realidad, convirtiéndolo en un referente para la clandestinidad y el juego. En Vagolandia se podía cultivar la amistad y la camaradería; pero en la realidad, ofrecía lo contrario. Santuario para los fanáticos de los videojuegos, bullies, los que no fueron a clases o desertores, jóvenes con malas pintas y refugio para fumar cigarrillos sin que ningún mayor molestara.
El ruido fusionado se escuchaba a media cuadra, difícil de codificar a no ser se estuviera a tres centímetros a la redonda de una de las máquinas. Ya no había monedas sino fichas: unos objetos circulares con cierta protuberancia que eran vendidas por el encargado o encargada, identificada por ser la persona con una maleta canguro atada en la cintura y su cara de pocos amigos. No le importaba si ocurrían robos o riñas, siempre y cuando las máquinas no sufrieran daños.
Vagolandia era un nicho exclusivamente masculino, aunque si se veían chicas adolescentes que acompañaban a su novio y eran percibidas como diosas encarnadas de algún juego. Parecían perfectas hasta que salían abrazadas junto alguno que acostumbraba a pedir prestadas fichas que nunca devolvía. A las niñas no les interesaba esos huecos llenos de humo y sonido excesivo. En cambio, los niños iban a jugar, a ver jugar, a aprender alguna jugada, a buscar dinero en el suelo o a esperar que alguna alma caritativa los invitara a una partida; podían pasar la tarde entera observando las pantallas hasta que se daban cuenta que la noche llegaba y era momento de pensar en alguna excusa valida que justificara su ausencia.
Años después, todo cambió. Ahora estos sitios han evolucionado con artefactos superiores que funcionan con una tarjeta prepagada, las familias y las parejas van a pasar las tardes de los fines de semana sin encontrarse con personas que les digan que juegan mal o que los van a retar para demostrar quién es mejor. Los encargados están debidamente uniformados y colocan los letreros de “No funciona” a tiempo para que los clientes no pierdan sus créditos. El encanto de arriesgarse a entrar en un lugar como Vagolandia, se ha perdido, la interacción social pasó a ser virtual y una consola de video juegos se convirtió en un artículo común en los hogares.
Los arcades se convirtieron en máquinas del tiempo capaces de transportarnos a una era donde dominaba el caos y las monedas tenían un valor más allá del económico. Vagolandia y los garitos similares que desaparecieron, serán recordados como parte de la historia de los juegos de vídeo y de la rebeldía de aquellos que hacían de todo para unos momentos de entretenimiento.
Bogotá 2022
David Martin es Lic. en Filología e Idiomas Esp. Pedagogía y Docencia Universitaria, Mag. Creación Literaria; colabora habitualmente en estonoescritica.com