Culpa, gritos y esperanza.

Por Jairo Alberto Cobo León

Siempre he dicho que la violencia del colombiano promedio es muy inocente, lo he fundamentado en el hecho de que aquí se mata por una mirada, un cruce en un semáforo, una camisa de un equipo de fútbol u otra situación superflua. Ante los constantes abusos de gobierno en los últimos años en ocasiones reflexionaba; en este país no somos capaz (hablo en masa, buscando un concepto uniforme, desde lo plural) de despertar, la situación no cambia, hacen con nosotros lo que quieren y no hacemos absolutamente nada. El 2021 me dio un sacudón y me enseñó ciertas cosas. Me di cuenta de que muchos coterráneos piensan que viven en un paraíso, observé con preocupación como mientras mataban a jóvenes en las calles, mucha gente hacia críticas al paro, comentarios con poco fundamento, sin análisis político y social, a muchas personas en diferentes espacios las escuché estar de acuerdo con la forma criminal en que el gobierno operaba. Tuve varios diálogos, de esas conversaciones informales que se dan en una panadería, un gimnasio o en un bus, de esas charlas en las que nadie te invita a participar pero sientes una necesidad imperiosa por dejar clara tu posición.

Los días y las noches en el transcurrir del PARO NACIONAL, fueron un constante aprendizaje, con la luz del sol salía a marchar, acompañaba a las caravanas de gente, gritaba y cantaba por toda la ciudad, tenía la esperanza de que desde la movilización pudiésemos lograr algo. En una de esas caminatas fui a Puerto Resistencia, el caudal de gente era impresionante, cada grito formaba parte de un clamor, expresaba un dolor y traía consigo una carga histórica que enmarcaba toda la desazón e inconformismo de una población subyugada por un estado fallido. Al llegar a la zona del conflicto pude ver a un grupo de muchachos con la cara tapada y escudos en sus manos, el que estaba más próximo me saludó amablemente (no lo conocía), sin mediar palabra lo observé y lo abracé por unos instantes, dejé roto el paradigma del que habla Saramago en la Caverna cuando dice mientras yerno y suegro se despiden, que el uno soltó al otro rápidamente porque esas confianzas entre hombres no están permitidas. Casi me pongo a llorar de la tristeza, sus escasos 55 kilos daban cuenta de sus días maltrechos en esta tierra.

La estela de muerte que se cernía a diario por la ciudad me deprimía mucho, hubo noches en las que pegar el ojo fue una proeza, los en vivo de las redes sociales eran la programación diurna, vespertina y nocturna que todos buscábamos después de ir a las caminatas.  En todos los puntos cardinales había abuso de poder por parte de la fuerza pública, la policía y el ejército demostraron ser una fuerza privada al servicio de la elite caleña, eso sí pagada por el mismo pueblo al que masacraban.

Paulatinamente vi como el ánimo fue decreciendo, la euforia mermó, el ahínco se diluyó, el número de participantes en las acciones del paro fue siendo menor, cada uno se retiró lentamente, seguramente el temor hizo su trabajo, cada balazo como respuesta a una piedra o aun grito hizo mella en la psiquis colectiva, en las noches ya el apoyo no era el mismo y el paro se fue apagando. Llegué a sentirme culpable, a pensar que los pasos que dábamos de día, eran el detonante de los gatillos en las noches,  cuando veía en redes que habían muertos nuevos (a diario sucedía) pensé  que lo mejor es que no hubiera paro. La frustración fue ostensible, hubo noches en las que tuve ganas de salir a hacerme matar pero con una piedra es poco lo que se puede hacer contra un fusil, contra una tanqueta, contra un corazón imbuido por el odio y la codicia que da el poder; de noche siempre estuve en casa, en una comodidad que no alcanzaba pero que daba cierta tranquilidad, en una parsimonia casi hipócrita mientras otros daban su último aliento en procura de un terruño desagradecido. 

A esta fecha puedo decir que me quedó claro que: la violencia del colombiano promedio no es del todo inocente, que en Colombia las luchas sociales siempre han sido apagadas mediante la muerte, que la juventud actual tiene mucha más conciencia política y social de la que hemos tenido otras generaciones, que la manipulación desde los asesinatos  y la presión gubernamental siempre ha existido en contra del pueblo, que en los brotes sociales no todos acompañan y que a ratos nuestro accionar nos demuestra que no somos capaces de realizar los pedidos  o las acciones que esperamos  de los demás.

Cali, 2022

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