Película Sal: ¿un reencuentro con el pasado?

La gran responsabilidad de una película llamada Sal, es no resultar insípida para quien la consuma.

Por: Alma Brutau

Cuando se deja todo dicho, no hay más qué aclarar. Una historia que se narra en sus detalles, de personajes tan complejos con vidas tan sencillas y rutinas diarias. Lo importante es lo esencial, y en una época en la que se habla tanto, poco se rescata en el contenido de los mensajes. Sal es una película que logra transmitir el abrumador encuentro entre un sueño (una ilusión) y la realidad, el todo de una decisión, porque la vida humana está llena de decisiones, las toman por nosotros desde antes de nacer, las tomamos hasta para dejar de hacer. Con cada decisión que tomamos nos forjamos el futuro. Esta tensión por elegir se convierte en una paradoja para Heraldo, quien atravesando el desierto tiene un viaje que lo prepara para continuar su camino a reencontrarse con su pasado.

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La paradoja nace en el volver –en el tiempo-, pues no se puede. Esta figura literaria se ha manejado apropiadamente por la pareja guion-imagen, ambos elementos se complementan y permiten vislumbrar como sueños alucinantes la encrucijada entre lo posible y lo imaginario, entre tiempos que convergen desfasados. Por eso se puede asociar con la novela Pedro Páramo, comparten una búsqueda, un pueblo fantasma, un padre que dejó su ausencia presente, un desierto…

Sal lo dijo todo, para lograrlo tuvo que economizar el tiempo. Es éste el límite que define la extensión de una narración, bien sabemos que las historias en el cine se cuentan en una duración que va transcurriendo en pantalla y, ¿cómo se logró aprovechar cada segundo? Narrando con los sonidos, con la yuxtaposición de encuadres, con la transición sutil de escenas que se conectan, con las analogías, gracias a todas las herramientas que la forman estructural y sobre todo morfológicamente, esta obra se ahorró explicaciones, descripciones redundantes, contenido extra y/o sobreactuación. Las latas sonando, la sal golpeando, la risa de Salomón que se marcha acompañándolo a salir, la rueda chillona, la voz de Magdalena, el motor callado de la moto: es asombroso cómo cada detalle del ambiente quedó registrado en el micrófono. Toda la cita en sí misma es un recorrido, abre y cierra andando –en motocicleta-, los personajes van apareciendo tras un relevo de tomas y así mismo, se van dejando conocer.

Como desde un inicio abre el mar para dar paso al desierto, es origen y causa, el mar es el padre y el desierto, Heraldo. La sal es el vestigio, lo que queda del recuerdo.

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