En medio de circuitos establecidos, lugares comunes, obras nuevas y otras ya conocidas, se creó un espacio que reflexionó a partir de diversos procesos y técnicas en una exposición colectiva, enmarcada en el Movimiento de Empresarios Creativos organizada por Moderna Contemporánea por el artista y docente investigador Juan Melo. Más allá de por qué no se llamó a este y si al otro artista, el espacio se prestó para generar cuestiones en un circuito donde constantemente se oyen voces que reclaman acciones y la incursión de otros nombres, de una alternancia entre momentos, que se desprende por fin de los venerables y reconocidos maestros. Y no es un catálogo de buenas intenciones, sino una muestra que propone reflexiones en el habla constante de las obras que a pesar de estar expuestas por seis días, provocaron la vuelta al interrogante por los espacios de una ciudad donde se crea desde todas las esferas pero que tiene los pocos lugares cerrados.
Ubicada en la sala subterránea del Museo La Tertulia, el proyecto de Moderna Contemporánea posibilitó que las obras dialogaran con cierta grado de riesgo el cual es solucionado por el montaje, se van intercalando las técnicas y van surgiendo temas como una polifonía, un coro de obras variadas que se alternan para ser vistas. Diecisiete artistas, de los cuales daba la bienvenida el cubano Jesús Hdez-Güero con la obra Minutos de odio contra sí mismo (2014 – 2015), un video en torno a la violencia que se hace cotidiana, materializada en la bandera tricolor de un vecino país al que metaforiza sus estrellas, las cuales van apareciendo por el estallido insurrecto de la pólvora y el plomo de una patria distante pero a su vez cercana. Junto a ella y desde la entrada, donde se podía divisar toda la exposición, la instalación de John Gonzáles, Trampa para atrapar duendes (2016), creó la re-significación de los mitos rompiendo espacios y generando nuevos discursos entre post-modernidad y tradición con la cola de un equino que se movía gracias a un dispositivo, como una tentación para trenzar.
Las obras recurren desde la singularidad a lo más universal en cada uno, Ciclo (2015) de Sarria-Macías nos remite a la infancia perdida, acaso fracturada en un triciclo chueco; la nostalgia de los lugares y sus tránsitos, todo cuanto se ha perdido en los espacios habitados en la obra de Cullet Cruz a través de imágenes del tiempo sobre el papel en la serie Sedimentaciones (2014-2017), la sustancia intrínseca de Cosmo III que se agrupa como sutil orden en medio de un proceso de introspección en el trabajo de Lina Hincapié; la ilustración onírica, detallada y sutil de Cynthia López en Retorno I y Emperador (2017). Fabio Melecio Palacios aborda en las pinturas de Pigmeo Pigmentado (2017) y la instalación Alimentando el Pensamiento (2014) las diferentes relaciones entre la muerte, el origen y la precaria alimentación de los corteros de caña y lo que ello implica en muchos niveles. Por su parte, en sus pinturas expandidas de la serie Territorios: Tomo I, Tomo II y Tomo III, instaladas como una génesis invertida, tres, dos, uno, Angélica Castro habla de la perpetua continuidad de los actos, aquel eterno retorno del fuego de los fusiles, llevado de las tapas de la historia a la continua realidad.
A través de una cámara con sensor conectada a un sistema de audio, Garzón trabajó las distorsiones del espacio y la materia, capturando y proyectando al público que pasaba frente a ella como una imagen binaria de la realidad. Una alternancia de efectos que la obra de Leonardo López Simulador, simuladora 2017 complementaba con una serie de tres dispositivos que posibilitaban la repetición de sonidos que variaban por la presencia de las personas. Junto a esta, la obra Paraíso fiscal I (2016-2017) de Ernesto Ordoñez, creó una proyección, una extensión más allá de la imagen de un cuadro para generar en el entorno un escenario en el que es posible “creer” que efectivamente pasó algo, que las incautaciones de narcos y políticos son más que el nombre real de un lugar donde se esconde el dinero.
Carlos Andrade por ejemplo con su obra Sin título (2014 -2016), recuerda los montajes coloridos de Chihuly creados en vidrio, solo que el primero reincorpora de la cotidianidad, elementos hechos de plástico que puestos tras la luz tenue, ofrecen una visión casi poética del consumo, tan etéreo, tan frágil. Como el caso de Julio Giraldo, cuya intermediación del símbolo, de lo que es, lo que fue, lo que será, permitió ver en una pecera el reflejo de una identidad contemporánea en Física estática y objetos 2017. Leonardo Herrera presentó un símbolo en sí mismo como el cráneo de Santos cabezas, al que posa de negro fúnebre sobre un líquido petrificado sin variaciones que ha soportado incluso el dedo de los visitantes que tocan el charco en un ¿qué es? Responde a esta obra, otra que alumbra en blanco neón del mismo artista Isla blanca letrero en neón (2015) que recuerda la inexorable condición del tiempo y de aquello que ha sido en la frase Conlleva una perdida que además, le falta la primera parte (Toda búsqueda) lo que la dispone a funcionar en diversos –irónicos- sentidos.
Cada elemento que compuso la muestra jugó con el público que pudo o no alternar con ella a través de los aspectos mencionados, que sumados a la técnica en las formas de Sin Título de Carlos Giraldo, el trabajo de Henry Salazar quien situó la representación de una estructura endémica de las costas en un espacio que otrora fue surcado por las corrientes de ríos cercanos, el gesto facial sereno y las manos de beato-mártir de Banana Split (2016-2017), un busto de Etienne Demange de cuya cabeza se desprende una delgada línea roja que se desliza a través de una pequeña abertura que cruza como fuego que deslumbra; dieron vistazos de otros (si se me permite la trillada frase) rostros y rastros de la escena local. Las piezas vinieron y fueron cargadas de información, se vieron y entre más lo hicieron, tejieron una red de sentidos que se apreció en la multiplicidad de recorridos que la exposición ofrecía.
Queda la posibilidad de preguntarse por futuras convocatorias, de otras exposiciones en las cuales el circuito del arte de Cali quede un poco más grande, porque no es cuestión de crear rancho aparte en una ciudad donde no pagan a tiempo en los museos y fundaciones, sino de unir las voluntades que interesan a todos por igual.
Luis Felipe Vélez
Cali, 2017